febrero 10, 2013

Autumn Leaves

Era otoño.

El manzano del viejo Armstrong había empezado a perder las hojas y estás danzaban al compás del viento de Octubre, desperdigándose por toda la calle.

Treinta y tres, treinta y cuatro, treinta y cinco

Jessie saltaba la cuerda en el jardín delantero, rápida y ligera, con sus largas trenzas rubias rebotando sobre su espalda. Llevaba puesto el suéter naranja que la tía Amanda le había tejido por Navidad. 
La verdad es que picaba un poco del cuello, pero mamá siempre insistía en que era de mala educación no usarlo.

Treinta y seis, treinta y siete, treinta y ocho

Fue entonces que vio el camión de mudanzas acercándose lentamente desde el final de la calle hasta la casa contigua a la suya. Una casona estilo victoriano pintada de blanco y con tejas azules que llevaba abandonada aproximadamente unos tres años.

La razón del porqué de la partida de sus antiguos moradores era un misterio para todos. Sin embargo, alguna vez escucho a su madre comentar que había sido descubierto que tenían varios negocios ilegales.

Jessie nunca supo que quiso decir con aquello.

Treinta y nueve, cuarenta, cuarenta y uno

Continuo mirando de reojo mientras descargaban el camión.

Un sofá de orejas forrado en terciopelo rojo, una mesa de madera oscura tan grande que Jessie llego a preguntarse si en verdad cabría dentro de la casa, un cuadro bastante feo que seguro había costado más de lo que debería… Jessie dejo de prestar atención y se dedicó a mirar al perro de la señora Prewett, que corría en círculos tratando de alcanzar su cola.

Cuarenta y dos, cuarenta y tres, cuarenta y cuatro

Un auto se estaciono detrás del camión de mudanzas.

Era un jaguar negro del año con asientos de piel, –aunque esto último no lo sabría hasta varios años después.

Del asiento delantero bajo un hombre bajito, de cabello cano y vestido completamente de negro, con un sombrero que para el gusto de Jessie era más que ridículo.

Cuarenta y cinco, cuarenta y seis, cuarenta y siete

Este abrió la puerta trasera e hizo una ligera reverencia.

Primero bajo un hombre, alto, de nariz torcida, cabello oscuro peinado hacia atrás y ojos claros como el cielo; vestido con una playera polo Ralph Lauren y unos pantalones caquis.

Después siguió la mujer, enfundada en un vestido negro clásico de Chanel. Era alta y tan delgada, que Jessie temió que pudiera romperse ante el más mínimo soplo del viento.

Cuarenta y ocho, cuarenta y nueve, cincuen…”

Entonces bajo ella y Jessie casi tropezó con la cuerda cuando trataba de dar el salto número cincuenta.

Ella era bajita, de cabello oscuro rizado y grandes ojos grises enmarcados por unas largas pestañas. Usaba un jumper de cuadros y debajo de este una camisa blanca de manga larga. Con la mano izquierda sostenía una muñeca de caireles rubios y ojos verdes, vestida con un enorme vestido de holanes azules.

Jessie reprimió un escalofrío al darse cuenta de que era idéntica a esas muñecas que salen en las películas y que cobran vida para matar a la gente.
Levanto la mirada y sintió que se sonrojaba cuando sus ojos se encontraron directamente con los de su nueva vecina.

Y no, no fue amor a primera vista ni mucho menos, aunque ciertamente se sintió bastante parecido, con aquella sensación de mariposas en el estómago y las manos sudorosas.

Ella levanto la mano a manera de saludo y le dirigió una sonrisa –la más bonita que jamás volvió a ver en su vida- antes de entrar a su casa. Jessie se quedó de pie en el jardín varios minutos, antes de correr emocionada al patio trasero para contarle a su madre de los nuevos vecinos. 





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